viernes, 16 de enero de 2015

El siguiente paso

Él la miró. Sus ojos la encantaron, la magnetizaron hacia su alma. Ella se perdió, a pesar del cansancio palpitando en las plantas de sus pies,  tras haber caminado un par de kilómetros,  se perdió en un interminable paseo a través del arco que formaba el puente hacia sus ojos. Ambos caminaron bajo una tierna lluvia, tan sutil que apenas parecía rocío; corría una brisa tan suave que apenas enmarañó los cabellos de su frente, que él mismo acomodó una y otra vez, agradeciendo el accidente para poder externar la ternura que le invadía aquella noche. Ella amó sus manos que hallaron la forma de las suyas. Ella amó cada abrazo, la sensación inolvidable del latir de su propio corazón inserto en otro pecho. Cada caricia que brotó de sus manos para él, era una ola incontenible de un mar intranquilo, desbordante y que precipitadamente se agitaba en su interior, buscando una salida que los suspiros no alcanzaron a proveer. En ese momento, y para el resto de sus vidas, encontraron los ojos que querían ver para siempre. Ese instante pudo haber durado dos segundos, un minuto, veintiocho horas o veintidós mil días, pero escasamente recordaban que el tiempo existía.

“No sé qué más falta.”, dijo él tras separar sus ojos de ella unos segundos para fijarlos en el suelo húmedo. El campo magnético entre ellos los obligó a volver a encontrar sus miradas, para escuchar de ella las palabras “No lo sé. Si tú no sabes, menos yo...” Pausa.  “¿Entonces?”, dijo ella, ansiosa de que de sus labios seductores, insinuando una sonrisa, surgiera una propuesta, alguna pregunta, alguna promesa, algo que revolviera la tranquilidad que su corazón sentía al estar rodeada por sus brazos. “Entonces… ¿quieres comprometerte conmigo?”, finalmente exhaló él. Podría decirse que ella murió por un segundo, cuando su corazón dejó de latir; no había nada que indicara que seguía con pulso. “¿Quieres dar el siguiente paso conmigo?”… ella regresó a la vida, al momento que se abría alrededor de ella, porque era todo: la tenue lluvia, una suave brisa gélida, la oscuridad del cielo nocturno sin luna ni estrellas, la luz de los ojos que la asombraban, la sonrisa indagatoria que iluminaba su ansia de tener que pronunciar un simple “Sí.” Su corazón volvió a detenerse al pensar lo que aquello implicaría. Implicaba un “para siempre”, implicaba una decisión, implicaba lo que ella no había conocido antes: implicaba amor. Lo que él le estaba preguntando en realidad era si quería amar, si quería ser amada. Porque no había otra posible “opción”. Era sencillo: si ella decía “No.”, todo se desmoronaba: el momento más perfecto que ha existido jamás, la historia más hermosa que alguien hubiera escrito, el amor más puro que estaba pidiendo la oportunidad de nacer, después de haberse gestado durante casi cinco años dentro de su amistad. Si decía “No.”, obedeciendo a sus miedos de fracasar, de ser herida, de herir a quien representaba un tesoro para ella… si decía que no, ella se condenaba a la soledad, al frío eterno de un corazón que nunca experimentaría el verdadero amor: jamás. Lo más trágico de un “No.” era perder al hombre más maravilloso en el mundo entero: al más sabio, dulce, fuerte, paciente, tierno, perseverante, romántico, responsable, admirable, valiente, respetable, único, simpático, enigmático, sorprendente, gracioso, inteligente, equilibrado, visionario, brillante… en fin, ella perdía al hombre perfecto con un “No.”

Entonces, privada del habla, se limitó a hacer un ademán con su cabeza indicando una respuesta afirmativa. Luego él por fin pronunció las palabras “¿Quieres ser mi novia?”, con una mirada aún expectante, casi incrédula, cuando de la boca de ella emergió la sílaba que palió el enigma, mientras se abría uno nuevo. Ella dijo “Sí.” y se abalanzó sobre su cuello, mientras luchaba por retener las lágrimas pero dejando emerger la felicidad. El nuevo misterio se resumía en una pregunta: “¿Y ahora qué?”

Ahora… ahora volvemos a comenzar, pero es algo nuevo, así que no se sabe cómo se vaya a desarrollar. El único dato disponible es el referente a la duración del nuevo viaje emprendido: para siempre.

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