Él la miró. Sus ojos la encantaron,
la magnetizaron hacia su alma. Ella se perdió, a pesar del cansancio palpitando
en las plantas de sus pies, tras haber
caminado un par de kilómetros, se perdió
en un interminable paseo a través del arco que formaba el puente hacia sus
ojos. Ambos caminaron bajo una tierna lluvia, tan sutil que apenas parecía
rocío; corría una brisa tan suave que apenas enmarañó los cabellos de su
frente, que él mismo acomodó una y otra vez, agradeciendo el accidente para
poder externar la ternura que le invadía aquella noche. Ella amó sus manos que
hallaron la forma de las suyas. Ella amó cada abrazo, la sensación inolvidable
del latir de su propio corazón inserto en otro pecho. Cada caricia que brotó de
sus manos para él, era una ola incontenible de un mar intranquilo, desbordante
y que precipitadamente se agitaba en su interior, buscando una salida que los
suspiros no alcanzaron a proveer. En ese momento, y para el resto de sus vidas,
encontraron los ojos que querían ver para siempre. Ese instante pudo haber
durado dos segundos, un minuto, veintiocho horas o veintidós mil días, pero
escasamente recordaban que el tiempo existía.
“No sé qué más falta.”, dijo él
tras separar sus ojos de ella unos segundos para fijarlos en el suelo húmedo. El
campo magnético entre ellos los obligó a volver a encontrar sus miradas, para
escuchar de ella las palabras “No lo sé. Si tú no sabes, menos yo...”
Pausa. “¿Entonces?”, dijo ella, ansiosa
de que de sus labios seductores, insinuando una sonrisa, surgiera una
propuesta, alguna pregunta, alguna promesa, algo que revolviera la tranquilidad
que su corazón sentía al estar rodeada por sus brazos. “Entonces… ¿quieres
comprometerte conmigo?”, finalmente exhaló él. Podría decirse que ella murió
por un segundo, cuando su corazón dejó de latir; no había nada que indicara que
seguía con pulso. “¿Quieres dar el siguiente paso conmigo?”… ella regresó a la
vida, al momento que se abría alrededor de ella, porque era todo: la tenue
lluvia, una suave brisa gélida, la oscuridad del cielo nocturno sin luna ni
estrellas, la luz de los ojos que la asombraban, la sonrisa indagatoria que
iluminaba su ansia de tener que pronunciar un simple “Sí.” Su corazón volvió a
detenerse al pensar lo que aquello implicaría. Implicaba un “para siempre”,
implicaba una decisión, implicaba lo que ella no había conocido antes:
implicaba amor. Lo que él le estaba preguntando en realidad era si quería amar,
si quería ser amada. Porque no había otra posible “opción”. Era sencillo: si
ella decía “No.”, todo se desmoronaba: el momento más perfecto que ha existido
jamás, la historia más hermosa que alguien hubiera escrito, el amor más puro
que estaba pidiendo la oportunidad de nacer, después de haberse gestado durante
casi cinco años dentro de su amistad. Si decía “No.”, obedeciendo a sus miedos
de fracasar, de ser herida, de herir a quien representaba un tesoro para ella…
si decía que no, ella se condenaba a la soledad, al frío eterno de un corazón
que nunca experimentaría el verdadero amor: jamás. Lo más trágico de un “No.” era
perder al hombre más maravilloso en el mundo entero: al más sabio, dulce,
fuerte, paciente, tierno, perseverante, romántico, responsable, admirable,
valiente, respetable, único, simpático, enigmático, sorprendente, gracioso,
inteligente, equilibrado, visionario, brillante… en fin, ella perdía al hombre
perfecto con un “No.”
Entonces, privada del habla, se limitó a hacer un ademán
con su cabeza indicando una respuesta afirmativa. Luego él por fin pronunció
las palabras “¿Quieres ser mi novia?”, con una mirada aún expectante, casi
incrédula, cuando de la boca de ella emergió la sílaba que palió el enigma,
mientras se abría uno nuevo. Ella dijo “Sí.” y se abalanzó sobre su cuello,
mientras luchaba por retener las lágrimas pero dejando emerger la felicidad. El
nuevo misterio se resumía en una pregunta: “¿Y ahora qué?”
Ahora… ahora
volvemos a comenzar, pero es algo nuevo, así que no se sabe cómo se vaya a
desarrollar. El único dato disponible es el referente a la duración del nuevo
viaje emprendido: para siempre.