Este es en realidad, algo viejito...
Un amor de verdad no se busca. Pero se halla.
Al verdadero amor no se le huye, no se corre despavorido ante sus señales de vida;
a un amor verdadero no se le mata, no se le hiere, no se le escapa.
Cuando un amor es real, no podemos huirle, porque nos atrae;
no podemos permanecer escépticos ante su llegada, porque nos salpica la magia:
brota desde esa sensación de mariposas en el estómago
cada vez que se ve a la persona que hemos elegido como objeto de nuestro amor,
cuando se le habla o se le escucha mencionar.
Al amor de verdad no se le persigue, porque se acerca por sí solo, de a poco...
Un amor de verdad no llega por voluntad de uno:
viene por dos que se hacen uno solo.
Así nace, así vive, así crece...
Al amor no se le mata, no se le hiere, no se le escapa.
Un amor no se sueña, no se imagina, no se idealiza,
porque el amor es así: te sorprende, te marea,
te mata de sueño, de hambre y de risa...
El amor de verdad es tan cambiante como lo es nuestra alma,
pero tan permanente como se le haga durar.
El amor embellece al que ama... El que ama no cambia a su amado,
es el amor el que lo hace cambiar...
El amor no dura tres meses, tres años ni tres siglos:
el amor nunca deja de ser. Cuando el amor es verdadero, el tiempo es pasajero.
Un amor de verdad es lo que llena el espacio que queda vacío en nuestro corazón
al despojarnos del orgullo, amarguras, enojos, envidias, hipocresías, egoísmos...
Un corazón limpio y maduro es cuna del verdadero amor.
Al amor no se le mata, no se le hiere, no se le escapa.
La vida se vuelve un sendero de corazones transeúntes, aguardando encontrarse con el amor.
El amor se vuelve a escapar en el aire, esperando encontrar la ocasión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario