miércoles, 29 de agosto de 2012

Odio verte


1.       Odio verte sonreír,
y saber que el motivo de tu sonrisa soy yo.
2.       Odio oír tus suspiros al teléfono,
y que te despidas con un “ya te extraño”.
3.       Odio que tus brazos me rodeen
cuando te digo que quiero estar sola.
4.       Odio oler tu perfume
cuando sin razón te me acercas para acariciar mi pelo.
5.       Odio que aparezca tu silueta
a la entrada de mi casa, con un ramo de mis flores favoritas.
6.       Odio saber que estás pensándome:
cada minuto, cada hora que no estás a mi lado.
7.       Odio ser tu risa, odio ser tu llanto;
odio que me quieras tanto.
8.       Odio que predigas lo que quiero.
9.       Odio compartir mi vida con tu aroma.
10.   Pero lo que más odio
es tener que disfrazar con odio
el amor que por ti yo estoy sintiendo.

lunes, 27 de agosto de 2012

Lo qué pasó en el camino

Va... Pues se me ocurrió anoche, de repente, y me fue imperativo escribirlo. Ya comienza:


           Sucedió así:

            Iba yo caminando por las sucias calles de mi ciudad. Ese día traía el estilo puesto: un vestidito blanco, decoroso, con un amarre a la cintura; zapatitos rojos, sin tacón y muy decentes, con un moñito de terciopelo; me vine recogiendo el cabello de lado, soltando una larga cola de caballo sobre mi hombro; así, no más.
            ¿Quieren llamar la atención? Sientan que traen el estilo, aunque lo que lleven puesto sea la misma ropa de siempre... Pues bien, la gente miraba mi estilo mientras yo iba partiendo plaza, por la plaza, precisamente.

            Me sentí tan a la moda, que recorrí boutique por boutique con el estilo encima, aunque no quería yo comprar nada; entonces ¿que para qué?, ¿por vanidad, es lo que piensan? ¡En absoluto! Pero díganme ¿qué mejor lugar para dar lecciones de moda que una tienda que la vende a manera de trapos? ¿Qué personas más necesitadas de un gurú del estilo que aquellos que están a punto de comprarlo? Era, en absoluto, buena y pura mi intención.
           Les decía; mis accesorios no eran bastantes, más bien pocos, pero me cargué en nariz y las orejas unas gafas para el sol que remendaban el vacío de estilo en mi rostro. Y así iba yo caminando, cuando me fue obligatorio quitarme los lentes, no tanto como para ver mejor, sino para que me vieran mejor...
           Era un príncipe encantador, con los ojos más verdes de lo que se estila en Hollywood, con una melena rubia, dorada como el mismo sol, sus mejillas bien chapeadas y una sonrisa digna de un comercial del mejor dentífrico del país; así fue la aparición de sorprendente, que parecía que flotaba cual ángel en el aire... pero no, en realidad pendía de un andamio colgando a plena vista de todo el boulevard, ubicado en el sitio de un futuro centro comercial.
           ¿Qué hacía tal belleza ahí? Pues no sé... creo que revocaba la fachada del edificio, o algo así aprecié: era imposible dejar de ver la ausencia de camisa o trapo que cubriera su torso. Y por ahí iba yo caminando, les decía, cuando me vio.
            ¡No vayan a creer que quise llamar la atención tropezándome con uno de los postes de la construcción! ¡No!; así pasó por puro tino del destino.

           Al parecer quedé un poquito inconsciente en el suelo, y los nobles albañiles me rodearon para quitarme suficiente oxígeno: no me fuera yo a ahogar, o a recobrar la consciencia con tanto...
           Típico que cuando miré al susodicho, con el cielo -y unas cuantas tablas y andamios- de fondo, pensé: "¿Ya estoy en el cielo?"; así de angelical fue la epifanía... Y resultó que no, no perdí la memoria, aunque habría sido bastante interesante.

           Me preguntó:
           -¿Estás bien? -y sonrió.
           Y pues yo le dije que sí, y sonreí, mostrándole mis brackets con liguitas rosas...

            ¿A qué le iba a echar la culpa? No llevaba tacones (eso habría sido bastante arrogante de mi parte, considerando el estilo abundante de ese día), así que no podía explicar la caída por un desequilibrio causado por los tacones; no usaba anteojos (eso es feo), así que no podía culpar a mi mala vista.
            ¿Y si decía la verdad?: "Sucedió que me distraje notando tu estilo albañilezco sin camisa, y no vi el poste que me iba a romper la nariz..." ¡No!... ¡no podía decirle eso!
           Pues ni falta hizo pensar qué le iba a explicar, porque no me dio tiempo, me tenía que volver a desmayar. A ciencia cierta no sé por qué me desmayé: si porque estaba entre los brazos del "amor de mi vida", o porque me había fracturado la nariz... La curiosidad me mata.

           Despertando en el hospital, con nariz nueva y un nuevo accesorio que la cubría -sin mencionar el color morado púrpura que ahora tenía-, me encontré solita. No había en el cuarto ni una malhumorada enfermera que me hiciera reaccionar con sus faltas de cortesía. Me dio por cantar, y descubrí que no era buena idea, no se acoplaba al estilo hospitalezco.
           Pues que me vuelvo a dormir. Yo esperaba que el albañil ese me hubiera seguido, pero no... ¿qué podía yo pensar? El era un guapo y casi perfecto albañil, y yo una simple plebeya de clase media mortal, con mi primer hueso roto, para mi mala fortuna.
           Los amigos llegaron con las flores y pequeños obsequios que se estila regalar en tan especiales ocasiones; la familia también hizo de las suyas, haciéndome reír, sabiendo que no debía... ¡Bueno!, pues así es la familia; díganles que sí y ellos dicen no, díganles que no, y se van... Y pues me volví a quedar sola.

           No podía dejar de pensar en el abañil. ¿Por qué no fue abogado, o jardinero? ¿Por qué no lo conocí en el parque, o aunque fuera en la ferretería? Jugarretas de la vida.
            Y me pregunto: ¿cuántas chicas como yo no andarán en la ciudad rota, con la nariz sucia? No, que diga: "¿... en la ciudad sucia, con la nariz rota?" Y todo por un albañil mal ubicado; es como decirle a un niño que no mire hacia la dirección que se le señala con el dedo: me fue imposible no mirarlo; porque no era como que yo lo anduviese buscando, no... el señor Destino le señaló y me dijo: "No lo mires", y pues que lo miro.
           Cuando me dieron de alta, las flores ya no estaban muy frescas, ni tampoco los amigos; al parecer, surgió una complicación en mis vías respiratorias, a razón de la rinoplastía, que prolongó mi estadía en el edificio donde el estilo es lo de menos (pregunten a las enfermeras asalariadas... pobres).

           Tantos días pasaron, y me sentí tan recuperada, que no dudé en ir a darme una vuelta por el nuevo centro comercial que en un par de días inaugurarían. "¿Me recordará?", me preguntaba mi subconsciente, bastante cosciente ya por esos días; "... por si las dudas volveré con el mismo estilo que traía puesto el día de mi incidente..."
           Salí con la misma gala, de buena gana, esperando encontrarme con el mismo Ángel de la Albañilería; pero no, ya nadie estaba. "Habré de resignarme..."

           Pues pasó bastante tiempo y me olvidé del albañil, justo cuando veo una película (La Dama Y El Vagabundo) que me lo recuerda. "¿Será que mi estilo, que anda cual vagabundo por las calles de la ciudad, podrá algún día reencontrarse con la finura estrambótica de un albañil con ausencia de camisa, sin presencia de defectos?" Y pues eso de llamar con el pensamiento a las personas que uno desea ver, en mi historia sí funciona, como verán a continuación...
           Resulta que andando un día por la plaza, tengo necesidad de un helado. Y voy a la heladería, y veo al heladero... "¡¿Será posible?!", dije. No lo van a creer: su uniforme, aunque únicamente dejaba verle los brazos de los codos a las manos, y su sombrero de dos picos sólo exponía una mínima parte de su cabeza recién rasurada, no podía esconder lo evidente: ¡su indiscutible carencia de estilo! Que alguien lo ayude, por favor...
           Volviendo a lo del mozo, ¡ah, sí!, sí me lo encontré. Por ahí; no hace falta contarles los detalles, aunque era un día bonito: mi cumpleaños.

           Por tino del destino me encontró caminando, y yo no le vi primero, por fortuna: una nariz rota había sido suficiente penitencia por mirar su hermosura. Pero él sí me vio, aunque ese día yo traía el estilo Lechuguitas (la mascota del equipo de mi escuela, ¡soy porrista!) y pues... no se puede andar estilando por las calles todos los días de una vida, hay que descansar de vez en cuando.
           Se detuvo a preguntarme la hora. ¡A mí, que nunca traigo reloj en mano! "El estilo roba tiempo, pero el tiempo roba más estilo", siempre lo he dicho. Por desgracia, tuve que contestarle con un no sé. Hubiera querido saber.
           Aunque no supe responderle, me invitó a fijarme en mi celular; ése siempre lo llevo conmigo. Y pues bueno, una cosa llevó a la otra, hasta que me dijo, como a los treinta segundos: "Gracias."

           "Gracias"... Gracias las ondas doradas que adornan su cabeza; gracias los hoyuelos en sus mejillas que adornan su sonrisa; gracias las bonanzas que exhala su aliento; gracias... ¡Gracias a Dios que lo volví a ver!; ya me estaba yo desconsolando.
           Caminé como tres pasos cuando se me ocurre hablarle. ¿Y cómo no se me ocurrió antes? Prefiero ser sincera diciendo que no sé. Pues respondió bien al yo decirle: "¡Hola!": también me dijo "hola". Le pregunté por su nombre, y me dijo: "Leopoldo"... Leo... ¿qué nombre más perfecto que ése justamente?
           Entre risas mías y desconciertos suyos la magia se dio... Me dijo: "Tengo que irme", y yo le dije: "Está bien"; dijo: "Adiós", y yo dije: "¿Cuándo te volveré a ver?", y él contestó: "Yo te llamo", y yo dije: "De acuerdo, ¡esperaré tu llamada!", y él me dijo: "Estás loca", e hizo como que huía de mí... ¡Ja, ja, ja! ¡Tan gracioso él!
           Como se imaginarán, esperaba con ansias su llamada, aunque se me olvidó darle mi número, pero eso es lo de menos: él me llamará; hasta apodo me puso: "loca estás", dijo. Me parece que esto va bastante en serio. La intensidad de Leopoldo me puso a reflexionar: "¿será que estoy lista para dejar a un albañil entrar a mi vida?"... ¡Quién sabe! Pero deberíamos ir más lento...
           Leo no llamó en una semana; "será una táctica suya para mantenerme el interés", pensé... y sí le funcionó, pues me mantuvo el interés como por seis meses.

           Decidí no seguir más así: estaba involucrando muchos sentimientos, comprometiendo mucho mi corazón, y podía llegar a convertirse en una obsesión, y se sabe que las obsesiones corrompen el carácter; simple y llanamente no me iba bien una relación en aquel mometo.
           Decidí dejar todo eso atrás y continuar con mi vida; recordé toda la felicidad que me dio; aunque por desgracia, no tuve fotos que quemar ni cartas que romper para el ritual de finalización del ciclo, estaba determinada a romper con esa relación malsana.

           A veces se pierde el estilo en las relaciones, porque ambos no combinan bien juntos; así nos pasó a Leo y a mí... ¡Pero, bueno!, ¡no se puede tener todo en esta vida! Por fortuna yo tenía estilo, celular y una nariz nueva, y hay que ser agradecidos.

           Y pues iba yo caminando... cuando desperté. Me abrazaba una pijama de Superman con un hombre adentro. Tan tierno él: abrazándome a mí mientras roncaba; díganme que eso no es amor... Aunque, a decir verdad, me asusté primero, porque sabía quién era Superman, pero no sabía quién era el hombre que estaba dentro.
             En el buró junto a la cabecera de la cama vi un dvd con mi nombre escrito, y pues lo vi... ¡Resulta que sí perdí la memoria! Tuve un accidente con una vaca, y después del accidente -en el que perdí la memoria a corto plazo- conocí al tipo de la pijama y me casé con él. Vivimos en una embarcación en medio de un mar helado, donde él estudia el comportamiento de los animales acuáticos, obvio, porque los terrestres están muy lejos.
            ¡Es tan genial! Pero... ¿qué les estaba yo diciendo?